I. ANTHONY.
El tiempo no se detiene, cada día pasa sin que nos demos
cuenta, es triste ver como el día a día transcurre tristemente, ver como la
llama que arde dentro de cada uno de nosotros se va apagando lentamente hasta
llegar al final. Y sentir, cuando llega el momento del final, que todo ha sido
en vano, que nada ha servido, que toda tu vida ha sido una ilusión, es una
penalidad abrumadora.
Así se sentía Anthony aquella fría mañana del dos de marzo
de 1894, en su consulta, en Canonbury, en su amada ciudad de Londres. Las nubes
negras se veían desde las ventanas, provocándole una extraña sensación de
fastidio. En ese momento no había venido aún ningún paciente, de manera que
Anthony se acomodó en la silla y se puso a pensar en el pasado.
Habían pasado quince años desde aquella oscura noche, en la
mansión de los Hayes, cuando su querida y aún joven madre sufrió un ataque al
corazón y se convirtió en un triste recuerdo que aún perduraba en el corazón
del pobre Anthony. Nada habían podido hacer, ni su padre, ni su hermana Lena,
ni su mejor amigo, Byron Hayes, ni Lord Hayes, ni siquiera el médico amigo de
la familia, el Doctor Leonard Wraight, pudo hacer nada por salvarla, la señora
Ravenstale aún era joven y hermosa en el momento en el que Dios la acogió en su
seno, si es que realmente hay algo más allá de esta vida, ya que ningún difunto
ha vuelto para contarnos si es acogedor el mundo de los muertos. Por aquel
entonces Anthony tenía catorce años, era un joven inmaduro y aficionado a la
diversión, a reír y a no apreciar lo que tenía, todo eso agravado por el hecho
de vivir en una familia acomodada y rica. Byron, su mejor amigo, siempre
intentaba regular su temperamento, si bien rara vez lo conseguía. Era un hecho
que a Byron le gustaba la hermana de Anthony, Lena, un año menor que ellos.
Lena ya era una jovencita adorable, y tan bella como su madre, y le encantaba
coquetear con Byron, quien físicamente era por aquel entonces todo lo opuesto a
Lena, tenía el pelo negro muy corto y su cara estaba cubierta por el acné,
aunque por lo visto eso a Lena no le importaba. Ninguno de los tres fue a la
escuela, recibieron instrucción en casa, y esos años fueron los más felices de la
vida de Anthony, junto a ellos dos. La señora Ravenstale y Lady Hayes habían
sido íntimas amigas, y
sus casas se encontraban también cerca, de manera que Byron
y Anthony fueron educados por el mismo tutor, Anthony no recordaba mucho de él,
solo que era un hombre anciano y, contrariamente a lo que pensaron en un
principio, muy amable.
Pero los años fueron pasando, y tras la muerte de su madre, Anthony
se marchó de Inglaterra, al cumplir los diecisiete. Estudió medicina en Viena,
y pasó los siguientes cinco años ejerciendo como médico en diferentes regiones
de Europa, se estaba planteando viajar a América cuando recibió la noticia de
que su padre había muerto y Anthony ahora era el poseedor de la fortuna que su
padre, Sir Lawrence Ravenstale, antiguo banquero, había dejado.
No tardó en regresar a Londres, donde descubrió que no solo
su padre había fallecido, sino que Byron era el nuevo Lord Hayes, y su querida
y fiel esposa, Lady Hayes, era la adorable hermana de Anthony, Lena, su mundo
había volcado del revés.
No obstante no pudo evitar sentir alegría por su hermana y su
antiguo mejor amigo, ahora su cuñado, de manera que decidió dejar parte del
dinero de la familia a Lena, y la cantidad restante la había usado para poder
instalarse nuevamente en Londres, y comprar una nueva casa donde instalar su
consulta. Vendió la antigua residencia de los Ravenstale, ya que Lena vivía
ahora con su flamante esposo, y se trasladó a su nuevo hogar, con una cocinera
y una criada. Algún tiempo más tarde Los Hayes se marcharon a La India, y aún
permanecían allí, ya no recibía muchas cartas de Lena, su relación fraternal había
sido distante desde la muerte del padre de ambos. Lo último que sabía de ella es
que había dado a luz a un niño, al que había llamado Michael. Y los años
seguían pasando mientras Anthony atendía a sus pacientes y se ocupaba de sus
propios asuntos.
Anthony se levantó un instante y se miró en el espejo, tenía
un aspecto lamentable, su pelo negro estaba totalmente alborotado, y una
descuidada barba le empezaba a aparecer por la cara, lo único de su cara que a
Anthony le seguía gustando eran sus ojos azules. Se pasó una mano por el pelo
y, mirándose fijamente en el espejo, se fijó en algo que le llamó la atención.
Se arrancó un pelo de la coronilla y lo miró fijamente. Era una cana. Tenía
veintinueve años y su pelo había dado su primer paso a volverse blanco como la
escarcha. No supo si reír o llorar. Se volvió hasta el sillón y se sentó de
nuevo.
Seguía inmerso en sus pensamientos cuando llamaron a la
puerta.
-Adelante –dijo.
Anne, su criada, entró, era una mujer joven, pero muy madura
para su edad, y era una excelente trabajadora.
-Hay un agente de Scotland Yard en el vestíbulo, Doctor,
parece…alterado.
Anthony se sorprendió de que un agente de policía viniese.
Principalmente porque su vida era demasiado tranquila y monótona para hacer
algo fuera de la ley.
-Hágale pasar –dijo, resignándose.
El hombre no tardó en entrar, era alto, corpulento y de
mediana edad. Tenía el rostro afeitado y una expresión dura en la cara, su pelo
estaba salpicado de canas. Anthony se acomodó aun más en la silla y le miró a los ojos.
-¿Hay algún problema…agente? –preguntó Anthony suavemente.
-Inspector –contestó el hombre, con una voz grave y pausada -.Soy
inspector de Scotland Yard, y tengo que pedirle que me acompañe.
-¿Y se ha molestado personalmente en venir para arrestarme?
¿De qué se me acusa? –preguntó Anthony.
-No me malinterprete, tal vez haya sido demasiado brusco.
¿Es usted Anthony Ravenstale?
-Así es.
-¿Es suya la mansión Ravenstale, en Covent Garden?
-Lo era, la vendí hace años –contestó Anthony -.Si le
interesa esa mansión debería hablar con los Flint, sus actuales dueños.
Una triste sonrisa asomó a los labios del inspector.
-Me temo que eso ya no es posible.
-¿Qué quiere decir? –preguntó, ligeramente intrigado.
-Quiero decir que ha habido un incendio en la casa esta
madrugadada, ha ardido hasta los cimientos, y desgraciadamente no se ha podido
rescatar a los Flint, el matrimonio ha fallecido.
La noticia le dejó sin respiración, Anthony aún recordaba al
viejo Flint, un anciano agradable y muy rico al que le había interesado una
buena casa donde poder pasar sus últimos días, su mujer, la señora Flint, era
muy mayor y estaba gravemente enferma, pero no por ello se deprimía y seguía
adelante. Anthony sintió como la tristeza se apoderaba de él.
-¿Cómo se incendió la casa? –preguntó.
-Aún no lo sabemos.
Anthony se levantó y se puso la chaqueta.
-Está bien, le acompañaré.
Un carruaje les esperaba a la salida, parecía que su encantador
acompañante ya sabía que Anthony accedería a ir con él. Se subieron
-Aún no me ha dicho su nombre, señor…
-Inspector David Keiler.
Anthony no pudo evitar sonreír.
-Creía que solo los británicos podían entrar en Scotland
Yard.
-Mi familia paterna es de ascendencia italiana, pero yo nací
aquí, en Londres.
Tras pronunciar estas palabras, no dijo más en todo el
trayecto.
El trayecto se le empezó a hacer de lo más largo. Anthony
sentía como mis párpados caían y sus ojos se cerraban, hizo lo posible por
mantenerlos abiertos, pero se le volvían a cerrar, Keiler no le prestaba la
menor atención, y parecía estar sumido en sus pensamientos.
Parpadeó una vez más y volvió a sentir esa sensación de
sueño, la oscuridad le rodeó…
“Caminaba despacio por
los pasillos de un edificio totalmente desierto, sentía cómo su aliento se
convertía en vaho cada vez que respiraba, hacía frío.
Dí otro paso, sentía
mis piernas entumecidas, a los lados del pasillo habían puertas, todas
abiertas, dejaban ver las habitaciones
que había detrás, eran todas iguales, habitaciones vacías en las que solo se
veía un único camastro en el centro, viejo, mohoso y destrozado. Seguí
caminando, paso a paso, me acercaba al final del pasillo, donde había una
última puerta, esta estaba destrozada, la habían arrancado del marco, y el
viento se colaba por el interior. No podía parar, era como si me costará
caminar y sin embargo seguía caminando sin poder evitarlo, como arrastrado al
interior de esa habitación infernal.
Llegué. Retiré los restos
de la puerta y entré.
La habitación estaba
llena de rosas.
Había rosas en el
suelo, y los pétalos surcaban el aire, pero no eran rosas rojas y brillantes
como la sangre, ni tampoco blancas. Eran negras, del negro más oscuro que nadie
hubiese podido imaginar, me agaché y cogí una. El tallo era fino y perfecto,
sin rastro de espinas, y la corona, negra como la noche, fría y oscura, con una
belleza aterradora, de repente, algo frío y húmedo me cayó sobre la mano con la
que sujetaba la rosa. Unas finas gotas de rocío se deslizaban por los pétalos,
me la acerqué a la nariz y aspiré su aroma. Conocía ese olor, ese aroma, era
idéntico a…
-Has vuelto a casa.
Me giré, miré sus ojos
rojos y su rostro negro y la oscuridad volvió a abatirse sobre mí.
Despertó súbitamente. Keiler le miraba con expresión de
curiosidad.
-Ya hemos llegado.
Anthony intentó despejarse la cabeza y se miró las manos,
estaba temblando. Aún no estaba seguro de lo que había visto o sentido.
Bajaron del carruaje y Anthony miró los restos de su antigua
casa.
Antaño, la mansión Ravenstale había sido una magnífica casa
de estilo neoclásico, su amplia fachada y sus magníficos jardines podrían haber
sido dignos de cualquier rey. Las ventanas eran amplias y solían estar abiertas
para permitir la entrada del agradable viento matinal en primavera. Sus
habitaciones eran inmensas, en el antiguo dormitorio de Anthony podrían haber
dormido cómodamente cuatro personas. Pero ahora la mansión estaba totalmente
carbonizada, la madera se había calcinado y las pocas paredes que se mantenían
en pie se veían negras como el carbón, y aún desde donde estaban se podía
percibir el ambiente de nostalgia que se respiraba en esa casa. Estaba repleta
de fantasmas, a Anthony no le cabía la menor duda.
Keiler miró fijamente a Anthony.
-Hemos recuperado algunos objetos que no han sido calcinados
por el incendio, tal vez desee recuperar alguno.
-Ya no son de mi pertenencia, la casa ya no es mía.
-Me temo que en eso está equivocado –díjole inspector,
lanzándole una mirada intrigante.
Anthony se sintió confundido.
-Pero…La escritura de esta mansión ahora estaba al nombre de
los Flint…No comprendo…
Keiler sonrió.
-Me temo que está equivocado. He hablado con el abogado del
difunto matrimonio, y debo decirle que los Flint no firmaron en ningún momento
ningún documento con el traspaso de la
residencia. De forma que la casa le sigue perteneciendo a usted.
Ahora Anthony si que estaba confundido, era absolutamente
imposible que fuera cierto. Él le había entregado la casa al viejo Flint
firmando los documentos correspondientes bajo la supervisión de un notario. Y
la casa era oficialmente suya, estaba a su nombre, no tenía ningún sentido. Tal
vez hubiera un error, pero la mirada del inspector cada vez le gustaba menos.
-No es posible, yo les cedí la casa.
Keiler volvió a sonreír de forma malévola.
-Me temo que tiene un problema, señor Ravenstale. De haber
tenido la escritura de la casa, la casa, según el testamento de la señora
Flint, habría pasado a su pariente más cercano. Su sobrino, James, sería ahora
el sueño de la casa, o de lo que queda de ella, de manera que me temo que usted
ha sido demandado por James Flint.
Faltó poco para que a Anthony se le cayera el mundo encima y
sufriera un desmayo.
-Dios mío –consiguió decir.
-Tal vez desee sentarse –el inspector mostró una expresión
más seria -.Es un aprieto bastante serio, se le informará de los detalles y se
fijará la fecha de la vista. Ya no le robaré más su tiempo, señor Ravenstale,
le espera un carruaje para llevarle a donde desee.
-Gracias –respondió Anthony fríamente -. Iré andando.
Le dio la espalda y me marchó.
Caminé por la avenida de vuelta a mi casa, sintiéndome
agotado tras las emociones del día. Primero, los Flint habían fallecido y mi
antigua casa había sido destruida, después, había sido demandado por un
completo desconocido por una estafa que no había cometido. El asunto se estaba
poniendo cada vez peor.
Anthony tomó un atajo por un callejón, era una forma más rápida,
lo único malo es que iba a tener que pasar por los bajos fondos, y tal y como
iba, vestido de una forma demasiado elegante, podía ocurrir cualquier cosa.
Miró el reloj, acaban de dar las doce. Caminó por los
oscuros callejones que llevaban a la parte más sucia y pobre de Londres.
Los barrios bajos estaban siempre llenos de gente, mendigos
que pedían limosna postrados en el suelo,
prostitutas que intentaban ganarse la vida fornicando con cualquier
bruto que quisiera abusar de ellas, gitanas que decían dar la buenaventura,
malabaristas hundidos, y todo tipo de escoria.
Anthony siguió avanzando sin fijarse en las miradas de odio
que le lanzaban algunas personas, sentía lástima por ellas, es cierto que su vida
era acomodada, tenía suficiente dinero y un trabajo que, a pesar de todos los
incidentes del pasado, a Anthony le gustaba.
Ahora mismo su vida estaba convertida en una red de intrigas
y preocupaciones, lo primero que tenía que hacer era avisar a su abogado, del
cual no sabía nada desde hacía un año, y una vez el notario entregase los
documentos de traspaso, el desdichado sobrino tendría su casa en ruinas, y su vida
volvería a su cauce, cosa que tampoco es que a Anthony le hiciera mucha gracia.
Dobló la esquina, y abandonó los barrios bajos. Ya cerca de
Canonbury, Anthony observó un establecimiento que parecía una floristería, que no eran muy frecuentes en
esa zona de Londres, era un pequeño establecimiento, mucho más limpio y
aceptable de lo que había visto en los bajos fondos. Pero además, para su sorpresa,
las flores eran mucho más bonitas de lo que imaginaba, desprendían un perfume
agradable a distancia. Había perfectos tulipanes, blancos, rojos y de todas las
variedades, con un color muy vivo. Deslumbrantes margaritas con finos pétalos
blancos, a Anthony nunca le habían llamado la atención las flores, a su madre
siempre le habían encantado, pero debía reconocer que estas eran preciosas.
Entró en la tienda, el interior era acogedor y el ambiente
muy agradable, cruzó la habitación y examinó las flores, había algo que le
había llamado la atención.
-¿Puedo ayudarle? –dijo una voz femenina detrás de Anthony,
Él se giró, y encontró la mejor flor de todas.
Era alta, esbelta, con un vestido largo de color blanco que
le dejaba los blancos hombros al descubierto, una cascada de rizos negros le
caía sobre ellos, tenía unos grandes ojos grises que le daban una expresión
dulce, aunque triste, tenía la nariz pequeña y unos labios finos y perfectos.
Esbozó una sonrisa tímida, dejando atisbar unos dientes blancos y perfectos.
El cerebro de Anthony se quedó paralizado y sintió como si le
cortaran la respiración, intentó hablar.
-Buenas tardes, yo…Querría…
-¿Sí?
-Flores, querría comprar flores.
La chica sonrió.
-Ya me imagino, no veo otro motivo para el que alguien venga
aquí.
Anthony sonrió, asombrado por su timidez, y por un instante se
olvidó de sus preocupaciones.
-¿Qué flores serían adecuadas?
-Eso depende de para que las quiera –rió ella.
Anthony se sentía cada vez más estúpido.
-Para…para una…una amiga.
“Eres imbécil” le susurró una voz en su interior.
Ella volvió a sonreír. A Anthony le encantaba esa sonrisa.
-Rosas. Es lo que más le gustarán se lo aseguro, señor…
-Anthony Ravenstale, pu…puede llamarme Anthony. –dijo el
aludido, tartamudeando.
-Solo si usted me llama a mí Alexia.
Alexia. Era la primera vez que Anthony oía ese nombre, sonó
como música celestial en sus oídos.
-Me gustaría observar esas rosas.
Alexia sonrió, y se dirigió a un rincón de la tienda, que
daba quedaba cerca de las ventanas por donde entraba la luz del sol, allí
Anthony las vio. Bellas y perfectas, había una enorme variedad de colores en
aquellas rosas, las rosas rojas eran magníficas, dignas del jardín de cualquier
reina, las blancas parecía que desprendían luz propia, las rosadas brillaban,
pálidas y hermosas. Y, en el centro de todas ellas, las más impresionantes y a
la vez aterradoras.
Varias rosas negras.
Brillaban frías como la luna y eran más oscuras que la
noche. El contraste de color las hacía resaltar aún más, causando un efecto
hipnótico y a la vez algo aterrador.
Alexia recogió tres de cada tipo, formando un pequeño
ramillete, y se lo ofreció a Anthony.
-Aquí tiene, acompáñeme y le cobraré.
Ahora si que Anthony se paralizó. Había entrado en una
tienda, había pedido un ramo de rosas solo para no quedar como un idiota, sin
tener ni idea de que ahora si que iba a quedar como un idiota. No llevaba un
penique encima.
-Yo…lo siento pero…no llevo…he olvidado la cartera.
Cerró los ojos, esperando a que se enfadara, tal vez que le
gritara. Pero cuando los abrió, Alexia le miraba con una amplia sonrisa.
-De acuerdo, si lo prefiere, puedo guardárselas y pasa por
aquí más tarde.
Anthony consiguió sonreír, haciendo un enorme esfuerzo para
no sonrojarse.
-De acuerdo, muchas gracias, me acercaré esta tarde. Yo…
-Estaré aquí esperándole –le dedicó la mejor de sus
sonrisas.
Anthony se dio la vuelta en dirección a la puerta, haciendo
un esfuerzo enorme para no volverse y mirarla otra vez.
Anthony salió, inspiró y espiró. El corazón le latía a mil
por hora, y se sentía diferente a cuando entró. Intentó despejarse la cabeza y se
dirigió a casa.
Cuando llegó, eran más de la una, y aún no había comido
nada, tal vez Arianne, su cocinera, hubiese preparado algo para la comida.
Entró, nada más llegar al vestíbulo Anthony se encontró a un
hombre mayor, por su forma de andar y su traje, solo podía ser un mayordomo.
Anne salió del salón y miró a Anthony con cara de disculpa.
-Disculpe señor, pero este hombre ha insistido mucho en
esperarle, aunque le he explicado que no sabía cuando volvería.
-No importa Anne, déjanos.
Anthony se giró hacia su extraño invitado.
-¿En qué puedo servirle?
-Vengo a entregarle una carta, señor Ravenstale –dijo con voz pausada.
-Vengo a entregarle una carta, señor Ravenstale –dijo con voz pausada.
-No era necesario que se quedara para dármela, podría
habérsela dejado a mi criada –le contesté cansinamente.
-Acostumbro a dar las cosas en persona, señor, además, tal
vez le agrade esta noticia.
Le entregó la carta a Anthony y se marchó sin mediar más
palabra. Anthony la abrió y se puso a leerla, agotado.
“Anthony.
Espero que estés bien,
te escribo está carta desde París. He de decirte que Byron y yo vamos a
regresar a Londres dentro de una semana, así que espero que podamos vernos lo
antes posible, imagino que querrás conocer a tu sobrino, Michael.
Tienes que darme
muchas explicaciones, como porque no me has escrito en estos últimos años. De
manera que ven a cenar un día. Te avisaré mediante Arthur, nuestro nuevo
mayordomo, quien se ha asegurado de entregarte esta carta.
Nos veremos pronto.
Lena”
Anthony se preguntó si el día podía ir peor. Su hermana no
había cambiado, pese a ser más pequeña que él, seguía siendo tan autoritaria
como hermosa. No tenía más opción que esperar que terminara la semana, y prepararse
para lo inevitable.
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