16/8/12

Espinas negras, capitulo 1 , Anthony


                            
                       I.  ANTHONY.                   

El tiempo no se detiene, cada día pasa sin que nos demos cuenta, es triste ver como el día a día transcurre tristemente, ver como la llama que arde dentro de cada uno de nosotros se va apagando lentamente hasta llegar al final. Y sentir, cuando llega el momento del final, que todo ha sido en vano, que nada ha servido, que toda tu vida ha sido una ilusión, es una penalidad abrumadora.
Así se sentía Anthony aquella fría mañana del dos de marzo de 1894, en su consulta, en Canonbury, en su amada ciudad de Londres. Las nubes negras se veían desde las ventanas, provocándole una extraña sensación de fastidio. En ese momento no había venido aún ningún paciente, de manera que Anthony se acomodó en la silla y se puso a pensar en el pasado.

Habían pasado quince años desde aquella oscura noche, en la mansión de los Hayes, cuando su querida y aún joven madre sufrió un ataque al corazón y se convirtió en un triste recuerdo que aún perduraba en el corazón del pobre Anthony. Nada habían podido hacer, ni su padre, ni su hermana Lena, ni su mejor amigo, Byron Hayes, ni Lord Hayes, ni siquiera el médico amigo de la familia, el Doctor Leonard Wraight, pudo hacer nada por salvarla, la señora Ravenstale aún era joven y hermosa en el momento en el que Dios la acogió en su seno, si es que realmente hay algo más allá de esta vida, ya que ningún difunto ha vuelto para contarnos si es acogedor el mundo de los muertos. Por aquel entonces Anthony tenía catorce años, era un joven inmaduro y aficionado a la diversión, a reír y a no apreciar lo que tenía, todo eso agravado por el hecho de vivir en una familia acomodada y rica. Byron, su mejor amigo, siempre intentaba regular su temperamento, si bien rara vez lo conseguía. Era un hecho que a Byron le gustaba la hermana de Anthony, Lena, un año menor que ellos. Lena ya era una jovencita adorable, y tan bella como su madre, y le encantaba coquetear con Byron, quien físicamente era por aquel entonces todo lo opuesto a Lena, tenía el pelo negro muy corto y su cara estaba cubierta por el acné, aunque por lo visto eso a Lena no le importaba. Ninguno de los tres fue a la escuela, recibieron instrucción en casa, y esos años fueron los más felices de la vida de Anthony, junto a ellos dos. La señora Ravenstale y Lady Hayes habían sido íntimas amigas, y
sus casas se encontraban también cerca, de manera que Byron y Anthony fueron educados por el mismo tutor, Anthony no recordaba mucho de él, solo que era un hombre anciano y, contrariamente a lo que pensaron en un principio, muy amable.
Pero los años fueron pasando, y tras la muerte de su madre, Anthony se marchó de Inglaterra, al cumplir los diecisiete. Estudió medicina en Viena, y pasó los siguientes cinco años ejerciendo como médico en diferentes regiones de Europa, se estaba planteando viajar a América cuando recibió la noticia de que su padre había muerto y Anthony ahora era el poseedor de la fortuna que su padre, Sir Lawrence Ravenstale, antiguo banquero, había dejado.

No tardó en regresar a Londres, donde descubrió que no solo su padre había fallecido, sino que Byron era el nuevo Lord Hayes, y su querida y fiel esposa, Lady Hayes, era la adorable hermana de Anthony, Lena, su mundo había volcado del revés.
No obstante no pudo evitar sentir alegría por su hermana y su antiguo mejor amigo, ahora su cuñado, de manera que decidió dejar parte del dinero de la familia a Lena, y la cantidad restante la había usado para poder instalarse nuevamente en Londres, y comprar una nueva casa donde instalar su consulta. Vendió la antigua residencia de los Ravenstale, ya que Lena vivía ahora con su flamante esposo, y se trasladó a su nuevo hogar, con una cocinera y una criada. Algún tiempo más tarde Los Hayes se marcharon a La India, y aún permanecían allí, ya no recibía muchas cartas de Lena, su relación fraternal había sido distante desde la muerte del padre de ambos. Lo último que sabía de ella es que había dado a luz a un niño, al que había llamado Michael. Y los años seguían pasando mientras Anthony atendía a sus pacientes y se ocupaba de sus propios asuntos.
Anthony se levantó un instante y se miró en el espejo, tenía un aspecto lamentable, su pelo negro estaba totalmente alborotado, y una descuidada barba le empezaba a aparecer por la cara, lo único de su cara que a Anthony le seguía gustando eran sus ojos azules. Se pasó una mano por el pelo y, mirándose fijamente en el espejo, se fijó en algo que le llamó la atención. Se arrancó un pelo de la coronilla y lo miró fijamente. Era una cana. Tenía veintinueve años y su pelo había dado su primer paso a volverse blanco como la escarcha. No supo si reír o llorar. Se volvió hasta el sillón y se sentó de nuevo.

Seguía inmerso en sus pensamientos cuando llamaron a la puerta.
-Adelante –dijo.
Anne, su criada, entró, era una mujer joven, pero muy madura para su edad, y era una excelente trabajadora.
-Hay un agente de Scotland Yard en el vestíbulo, Doctor, parece…alterado.
Anthony se sorprendió de que un agente de policía viniese. Principalmente porque su vida era demasiado tranquila y monótona para hacer algo fuera de la ley.
-Hágale pasar –dijo, resignándose.
El hombre no tardó en entrar, era alto, corpulento y de mediana edad. Tenía el rostro afeitado y una expresión dura en la cara, su pelo estaba salpicado de canas. Anthony se acomodó aun más en la silla y le miró a los ojos.
-¿Hay algún problema…agente? –preguntó Anthony suavemente.
-Inspector –contestó el hombre, con una voz grave y pausada -.Soy inspector de Scotland Yard, y tengo que pedirle que me acompañe.
-¿Y se ha molestado personalmente en venir para arrestarme? ¿De qué se me acusa? –preguntó Anthony.
-No me malinterprete, tal vez haya sido demasiado brusco. ¿Es usted Anthony Ravenstale?
-Así es.
-¿Es suya la mansión Ravenstale, en Covent Garden?
-Lo era, la vendí hace años –contestó Anthony -.Si le interesa esa mansión debería hablar con los Flint, sus actuales dueños.
Una triste sonrisa asomó a los labios del inspector.
-Me temo que eso ya no es posible.
-¿Qué quiere decir? –preguntó, ligeramente intrigado.
-Quiero decir que ha habido un incendio en la casa esta madrugadada, ha ardido hasta los cimientos, y desgraciadamente no se ha podido rescatar a los Flint, el matrimonio ha fallecido.

La noticia le dejó sin respiración, Anthony aún recordaba al viejo Flint, un anciano agradable y muy rico al que le había interesado una buena casa donde poder pasar sus últimos días, su mujer, la señora Flint, era muy mayor y estaba gravemente enferma, pero no por ello se deprimía y seguía adelante. Anthony sintió como la tristeza se apoderaba de él.
-¿Cómo se incendió la casa? –preguntó.
-Aún no lo sabemos.
Anthony se levantó y se puso la chaqueta.
-Está bien, le acompañaré.
Un carruaje les esperaba a la salida, parecía que su encantador acompañante ya sabía que Anthony  accedería a ir con él. Se subieron
-Aún no me ha dicho su nombre, señor…
-Inspector David Keiler.
Anthony no pudo evitar sonreír.
-Creía que solo los británicos podían entrar en Scotland Yard.
-Mi familia paterna es de ascendencia italiana, pero yo nací aquí, en Londres.
Tras pronunciar estas palabras, no dijo más en todo el trayecto.


El trayecto se le empezó a hacer de lo más largo. Anthony sentía como mis párpados caían y sus ojos se cerraban, hizo lo posible por mantenerlos abiertos, pero se le volvían a cerrar, Keiler no le prestaba la menor atención, y parecía estar sumido en sus pensamientos.
Parpadeó una vez más y volvió a sentir esa sensación de sueño, la oscuridad le rodeó…

“Caminaba despacio por los pasillos de un edificio totalmente desierto, sentía cómo su aliento se convertía en vaho cada vez que respiraba, hacía frío.
Dí otro paso, sentía mis piernas entumecidas, a los lados del pasillo habían puertas, todas abiertas,  dejaban ver las habitaciones que había detrás, eran todas iguales, habitaciones vacías en las que solo se veía un único camastro en el centro, viejo, mohoso y destrozado. Seguí caminando, paso a paso, me acercaba al final del pasillo, donde había una última puerta, esta estaba destrozada, la habían arrancado del marco, y el viento se colaba por el interior. No podía parar, era como si me costará caminar y sin embargo seguía caminando sin poder evitarlo, como arrastrado al interior de esa habitación infernal.
Llegué. Retiré los restos de la puerta y entré.
La habitación estaba llena de rosas.
Había rosas en el suelo, y los pétalos surcaban el aire, pero no eran rosas rojas y brillantes como la sangre, ni tampoco blancas. Eran negras, del negro más oscuro que nadie hubiese podido imaginar, me agaché y cogí una. El tallo era fino y perfecto, sin rastro de espinas, y la corona, negra como la noche, fría y oscura, con una belleza aterradora, de repente, algo frío y húmedo me cayó sobre la mano con la que sujetaba la rosa. Unas finas gotas de rocío se deslizaban por los pétalos, me la acerqué a la nariz y aspiré su aroma. Conocía ese olor, ese aroma, era idéntico a…
-Has vuelto a casa.
Me giré, miré sus ojos rojos y su rostro negro y la oscuridad volvió a abatirse sobre mí.

Despertó súbitamente. Keiler le miraba con expresión de curiosidad.
-Ya hemos llegado.
Anthony intentó despejarse la cabeza y se miró las manos, estaba temblando. Aún no estaba seguro de lo que había visto o sentido.
Bajaron del carruaje y Anthony miró los restos de su antigua casa.
Antaño, la mansión Ravenstale había sido una magnífica casa de estilo neoclásico, su amplia fachada y sus magníficos jardines podrían haber sido dignos de cualquier rey. Las ventanas eran amplias y solían estar abiertas para permitir la entrada del agradable viento matinal en primavera. Sus habitaciones eran inmensas, en el antiguo dormitorio de Anthony podrían haber dormido cómodamente cuatro personas. Pero ahora la mansión estaba totalmente carbonizada, la madera se había calcinado y las pocas paredes que se mantenían en pie se veían negras como el carbón, y aún desde donde estaban se podía percibir el ambiente de nostalgia que se respiraba en esa casa. Estaba repleta de fantasmas, a Anthony no le cabía la menor duda.

Keiler miró fijamente a Anthony.
-Hemos recuperado algunos objetos que no han sido calcinados por el incendio, tal vez desee recuperar alguno.
-Ya no son de mi pertenencia, la casa ya no es mía.
-Me temo que en eso está equivocado –díjole inspector, lanzándole una mirada intrigante.
Anthony se sintió confundido.
-Pero…La escritura de esta mansión ahora estaba al nombre de los Flint…No comprendo…
Keiler sonrió.
-Me temo que está equivocado. He hablado con el abogado del difunto matrimonio, y debo decirle que los Flint no firmaron en ningún momento ningún documento con el traspaso de la  residencia. De forma que la casa le sigue perteneciendo a usted.

Ahora Anthony si que estaba confundido, era absolutamente imposible que fuera cierto. Él le había entregado la casa al viejo Flint firmando los documentos correspondientes bajo la supervisión de un notario. Y la casa era oficialmente suya, estaba a su nombre, no tenía ningún sentido. Tal vez hubiera un error, pero la mirada del inspector cada vez le gustaba menos.
-No es posible, yo les cedí la casa.
Keiler volvió a sonreír de forma malévola.
-Me temo que tiene un problema, señor Ravenstale. De haber tenido la escritura de la casa, la casa, según el testamento de la señora Flint, habría pasado a su pariente más cercano. Su sobrino, James, sería ahora el sueño de la casa, o de lo que queda de ella, de manera que me temo que usted ha sido demandado por James Flint.
Faltó poco para que a Anthony se le cayera el mundo encima y sufriera un desmayo.
-Dios mío –consiguió decir.
-Tal vez desee sentarse –el inspector mostró una expresión más seria -.Es un aprieto bastante serio, se le informará de los detalles y se fijará la fecha de la vista. Ya no le robaré más su tiempo, señor Ravenstale, le espera un carruaje para llevarle a donde desee.
-Gracias –respondió Anthony fríamente -. Iré andando.
Le dio la espalda y me marchó.

Caminé por la avenida de vuelta a mi casa, sintiéndome agotado tras las emociones del día. Primero, los Flint habían fallecido y mi antigua casa había sido destruida, después, había sido demandado por un completo desconocido por una estafa que no había cometido. El asunto se estaba poniendo cada vez peor.
Anthony tomó un atajo por un callejón, era una forma más rápida, lo único malo es que iba a tener que pasar por los bajos fondos, y tal y como iba, vestido de una forma demasiado elegante, podía ocurrir cualquier cosa.
Miró el reloj, acaban de dar las doce. Caminó por los oscuros callejones que llevaban a la parte más sucia y pobre de Londres.
Los barrios bajos estaban siempre llenos de gente, mendigos que pedían limosna postrados en el suelo,  prostitutas que intentaban ganarse la vida fornicando con cualquier bruto que quisiera abusar de ellas, gitanas que decían dar la buenaventura, malabaristas hundidos, y todo tipo de escoria.
Anthony siguió avanzando sin fijarse en las miradas de odio que le lanzaban algunas personas, sentía lástima por ellas, es cierto que su vida era acomodada, tenía suficiente dinero y un trabajo que, a pesar de todos los incidentes del pasado, a Anthony le gustaba.
Ahora mismo su vida estaba convertida en una red de intrigas y preocupaciones, lo primero que tenía que hacer era avisar a su abogado, del cual no sabía nada desde hacía un año, y una vez el notario entregase los documentos de traspaso, el desdichado sobrino tendría su casa en ruinas, y su vida volvería a su cauce, cosa que tampoco es que a Anthony le hiciera mucha gracia.


Dobló la esquina, y abandonó los barrios bajos. Ya cerca de Canonbury, Anthony observó un establecimiento que parecía  una floristería, que no eran muy frecuentes en esa zona de Londres, era un pequeño establecimiento, mucho más limpio y aceptable de lo que había visto en los bajos fondos. Pero además, para su sorpresa, las flores eran mucho más bonitas de lo que imaginaba, desprendían un perfume agradable a distancia. Había perfectos tulipanes, blancos, rojos y de todas las variedades, con un color muy vivo. Deslumbrantes margaritas con finos pétalos blancos, a Anthony nunca le habían llamado la atención las flores, a su madre siempre le habían encantado, pero debía reconocer que estas eran preciosas.
Entró en la tienda, el interior era acogedor y el ambiente muy agradable, cruzó la habitación y examinó las flores, había algo que le había llamado la atención.
-¿Puedo ayudarle? –dijo una voz femenina detrás de Anthony,
Él se giró, y encontró la mejor flor de todas.
Era alta, esbelta, con un vestido largo de color blanco que le dejaba los blancos hombros al descubierto, una cascada de rizos negros le caía sobre ellos, tenía unos grandes ojos grises que le daban una expresión dulce, aunque triste, tenía la nariz pequeña y unos labios finos y perfectos. Esbozó una sonrisa tímida, dejando atisbar unos dientes blancos y perfectos.
El cerebro de Anthony se quedó paralizado y sintió como si le cortaran la respiración, intentó hablar.
-Buenas tardes, yo…Querría…
-¿Sí?
-Flores, querría comprar flores.
La chica sonrió.
-Ya me imagino, no veo otro motivo para el que alguien venga aquí.
Anthony sonrió, asombrado por su timidez, y por un instante se olvidó de sus preocupaciones.
-¿Qué flores serían adecuadas?
-Eso depende de para que las quiera –rió ella.
Anthony se sentía cada vez más estúpido.
-Para…para una…una amiga.
“Eres imbécil” le susurró una voz en su interior.
Ella volvió a sonreír. A Anthony le encantaba esa sonrisa.
-Rosas. Es lo que más le gustarán se lo aseguro, señor…
-Anthony Ravenstale, pu…puede llamarme Anthony. –dijo el aludido, tartamudeando.
-Solo si usted me llama a mí Alexia.
Alexia. Era la primera vez que Anthony oía ese nombre, sonó como música celestial en sus oídos.
-Me gustaría observar esas rosas.
Alexia sonrió, y se dirigió a un rincón de la tienda, que daba quedaba cerca de las ventanas por donde entraba la luz del sol, allí Anthony las vio. Bellas y perfectas, había una enorme variedad de colores en aquellas rosas, las rosas rojas eran magníficas, dignas del jardín de cualquier reina, las blancas parecía que desprendían luz propia, las rosadas brillaban, pálidas y hermosas. Y, en el centro de todas ellas, las más impresionantes y a la vez aterradoras.

Varias rosas negras.
Brillaban frías como la luna y eran más oscuras que la noche. El contraste de color las hacía resaltar aún más, causando un efecto hipnótico y a la vez algo aterrador.
Alexia recogió tres de cada tipo, formando un pequeño ramillete, y se lo ofreció a Anthony.
-Aquí tiene, acompáñeme y le cobraré.
Ahora si que Anthony se paralizó. Había entrado en una tienda, había pedido un ramo de rosas solo para no quedar como un idiota, sin tener ni idea de que ahora si que iba a quedar como un idiota. No llevaba un penique encima.
-Yo…lo siento pero…no llevo…he olvidado la cartera.
Cerró los ojos, esperando a que se enfadara, tal vez que le gritara. Pero cuando los abrió, Alexia le miraba con una amplia sonrisa.
-De acuerdo, si lo prefiere, puedo guardárselas y pasa por aquí más tarde.
Anthony consiguió sonreír, haciendo un enorme esfuerzo para no sonrojarse.
-De acuerdo, muchas gracias, me acercaré esta tarde. Yo…
-Estaré aquí esperándole –le dedicó la mejor de sus sonrisas.
Anthony se dio la vuelta en dirección a la puerta, haciendo un esfuerzo enorme para no volverse y mirarla otra vez.
Anthony salió, inspiró y espiró. El corazón le latía a mil por hora, y se sentía diferente a cuando entró. Intentó despejarse la cabeza y se dirigió a casa.

Cuando llegó, eran más de la una, y aún no había comido nada, tal vez Arianne, su cocinera, hubiese preparado algo para la comida.
Entró, nada más llegar al vestíbulo Anthony se encontró a un hombre mayor, por su forma de andar y su traje, solo podía ser un mayordomo.
Anne salió del salón y miró a Anthony con cara de disculpa.
-Disculpe señor, pero este hombre ha insistido mucho en esperarle, aunque le he explicado que no sabía cuando volvería.
-No importa Anne, déjanos.
Anthony se giró hacia su extraño invitado.
-¿En qué puedo servirle?
-Vengo a entregarle una carta, señor Ravenstale –dijo con voz pausada.
-No era necesario que se quedara para dármela, podría habérsela dejado a mi criada –le contesté cansinamente.
-Acostumbro a dar las cosas en persona, señor, además, tal vez le agrade esta noticia.
Le entregó la carta a Anthony y se marchó sin mediar más palabra. Anthony la abrió y se puso a leerla, agotado.
                                       
                                                                Anthony.

Espero que estés bien, te escribo está carta desde París. He de decirte que Byron y yo vamos a regresar a Londres dentro de una semana, así que espero que podamos vernos lo antes posible, imagino que querrás conocer a tu sobrino, Michael.
Tienes que darme muchas explicaciones, como porque no me has escrito en estos últimos años. De manera que ven a cenar un día. Te avisaré mediante Arthur, nuestro nuevo mayordomo, quien se ha asegurado de entregarte esta carta.
Nos veremos pronto.
                                                                                        Lena”

Anthony se preguntó si el día podía ir peor. Su hermana no había cambiado, pese a ser más pequeña que él, seguía siendo tan autoritaria como hermosa. No tenía más opción que esperar que terminara la semana, y prepararse para lo inevitable.

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