II. ALEXIA.
El
apuesto caballero que decía llamarse Anthony cerró la puerta y se marchó.
Alexia se llevó una mano al pecho, el corazón le latía con fuerza y se sentía
emocionada. Además, se había sonrojado como un tomate.
Respiró
profundamente y se dispuso a cerrar el establecimiento, se estaba haciendo
tarde, y sus hermanitos la estarían esperando.
Puso
las rosas que Anthony iría a buscar más tarde en un jarrón con agua para evitar
que se marchitara, y alegremente, cerró con llave.
Cruzó
la calle con cuidado de no ser arrollada por uno de los numerosos carruajes que
pasaban por allí, y se dirigió hacia una zona más pobre de la que era el lugar
donde ella tenía la floristería.
La
casa era pequeña y vieja, pero tenía lo necesario para que pudieran vivir y
satisfacer las necesidades básicas. No obstante Alexia, gracias al
establecimiento del que se hacía cargo, era feliz atendiendo y cuidando las
flores, Su madre se había marchado hace
años, cuando Alexia era casi una niña, y desde entonces no había sabido nada de
ella.
Desde
entonces, su padre nunca había vuelto a ser el mismo, se dedicaba a irse a
emborracharse, y cada vez que volvía insultaba a Alexia o a cualquiera
Cruzó
varias calles más, hasta uno de los principales barrios de la clase baja de
Londres, Whitechapel. A Alexia no le gustaba en exceso el sitio, pero ella
nunca había gozado de poseer gran cantidad de dinero, cosa que sin duda si debía
de tener aquél joven llamado Anthony.
Pensó
en él, le había parecido un joven encantador, y su timidez le parecía muy graciosa,
se le agrandaba el corazón pensar que esa tarde volvería a verle. Había
prometido que volvería para recoger las flores, y parecía de aquellas personas
que siempre cumplían lo que decían, por esa razón le gustaba Anthony. Pero por
algún extraño motivo había sentido algo más, una especie de atracción que no
había sentido antes. Sonrió para sus adentros y prosiguió su camino.
Los
gritos de los vendedores resonaban por toda la calle, y una gran variedad de
olores, buenos y malos. Continuó con tranquilidad, no llevaba dinero, de manera
que no podía hacer sino pasar sin comprar nada, imaginaba que aún le quedaría
algo de comida en casa. Sus hermanos ya estarían preocupándose, así que lo
mejor era darse prisa.
Continuó
hasta llegar a un pequeño edificio al final de un callejón. Alexia se dirigió
allí.
Justo
antes de que pudiera llegar, dos hombres corpulentos se acercaron a ella, los
dos iban sucios y desarreglados, y apestaban a alcohol. Alexia intentó no
hacerles caso.
-Hola
guapa –dijo uno de ellos, con voz melosa.
-¿Por
qué no te vienes con nosotros? –indicó el otro.
“Violadores”
pensó Alexia.
-No,
no quiero -consiguió balbucear.
-Nos
lo pasaremos bien –dijo el primero que había hablado -.Una jovencita tan
adorable como tú no debería rondar sola por aquí.
Dicho
esto la agarró de la muñeca, pero Alexia logró zafarse.
Alexia
miró a su alrededor, había dejado atrás el mercado, tenía su casa a pocos metros,
pero sabía que jamás la alcanzaría a tiempo, pues ya percibía las miradas lascivas
que le lanzaban ambos individuos, que se acercaban poco a poco hasta ella.
Alexia retrocedió varios pasos, sintiendo miedo.
De
repente se oyeron pasos al final del callejón. Y una figura solitaria apareció.
Era alto y de anchos hombros, el rostro afeitado y con el pelo entrecano, su
rostro empezaba a dejar asomar los primeros rastros de vejez, pero el hombre
parecía atlético y fuerte.
-La
señorita ha dicho que no quiere acompañarles, confío en que sepan comportarse
-dijo con voz autoritaria.
-Tú
no te metas en esto –dijo uno de ellos, el que tenía la voz melosa –búscate una
puta para ti.
Alexia
intentó retroceder, asustada, pero de nuevo la agarraron, y esta vez si que no
pudo liberarse. Intentó hablar, pero el miedo no la dejaba.
-No
creo que la señorita sea lo que usted acaba de llamarla, creo que debería
disculparse ante ella –dijo el desconocido tranquilamente.
-Mira
–dijo el violador que no tenía la voz
melosa, sacando un cuchillo enorme -.Márchate de aquí si no quieres que te
saque las tripas.
De
una forma tan rápida que Alexia tardó en darse cuenta de lo que había pasado.
El desconocido sacó un revolver del interior de su chaqueta y apuntó al de la
voz melosa.
-Yo
no lo intentaría, a menos que quieras pasarte algún tiempo en prisión, o si lo
prefieres, puedo hacer una excepción y castrarte aquí mismo, es lo que os
espera a los violadores como tú.
-¿Quién
te crees que eres? –Le respondió el violador, por primera vez asustado, que
soltó a Alexia.
-Inspector
David Keiler, pero eso no le importa a ratas como tú, largaos –levantó el
arma.
Los
violadores echaron a correr asustados, uno de ellos empujó a Alexia, quien cayó
al suelo.
El
inspector llamado Keiler se aproximó a ella.
-¿Está
herida?
Alexia
retrocedió, todavía en el suelo, asustada por el incidente.
Dahgetti
le ofreció una mano.
-No
se preocupe, no voy a hacerle daño.
Por
algún extraño motivo, Alexia sintió que podía confiar en ese hombre, así que le
dio la mano. Este la levantó sin esfuerzo.
-Gracias
–consiguió decir Alexia –. No puedo creer que existan personas así.
-Es
triste reconocerlo, pero sí, dígame, ¿Cómo se llama, señorita?
-Alexia
Winter –respondió Alexia.
El
inspector sonrió.
-Será
mejor que vuelva a casa, señorita, estos callejones no son seguros, ni siquiera
de día.
-Entiendo,
señor –Alexia le devolvió la sonrisa –no sé como agradecerle el que me haya
salvado.
-He
cumplido mi deber, señorita, ya que la policía metropolitana es demasiado
inútil para poder cumplir con sus obligaciones.
Dicho
esto la saludó con la cabeza y se marchó por donde había venido.
Alexia
suspiró, llevaba demasiadas emociones en un día, decidió hacer caso al
detective y prosiguió hasta llegar a su casa, al final de la calle Dorset.
El
edificio, viejo y negro, se alzaba ante ella, el hogar de Alexia.
Entró,
subió las escaleras hasta llegar al último piso. Y entró.
El
interior era todo lo acogedor que Alexia había podido hacerlo. Pero aun así las
grietas en las paredes resaltaban, y había varias goteras en el techo.
Sus
hermanitos acudieron saltando de alegría. James era un niño de diez años, alto
para su edad, el pelo le caía hasta los hombros, y con una sonrisa de oreja a
oreja. Helen era más pequeña, una niñita encantadora, con ocho años, tenía el
pelo igual que Alexia, y los ojos azules de su madre. Alexia la cogió en brazos
y la hizo dar vueltas.
-¿Os
habéis portado bien? –preguntó Alexia.
-Sí,
hemos estado jugando por toda la casa, y la señora Williamson nos ha cuidado.
Acaba de marcharse.
Alexia
suspiró, si la señora Williamson, la adorable anciana que vivía en el piso de
abajo había tenido que cuidar se los pequeños, era más que seguro que su padre
se había marchado otra vez a beber, quien sabe cuando volvería.
-¿Tenéis
hambre? –preguntó Alexia, sonriendo ampliamente.
-¡Si!
–gritaron los dos al unísono.
Alexia
los llevó hasta la pequeña cocina y encendió los fogones.
Los
niños se sentaron en torno a la mesa, mientras Alexia sacó huevos y algo de
pescado en salazón de la pequeña despensa.
Cortó
rápidamente el pescado retirándole las espinas para evitar que se atragantaran,
batió los huevos rápidamente a continuación, y los metió en la sartén de cobre.
Después añadió el pescado troceado.
La
comida no tardó en estar lista, sirvió la tortilla con el pescado a sus
hermanitos, y sacó una barra de pan, que desgraciadamente ya se estaba endureciendo,
aunque a James y a Helen no pareció importarles.
-¡Esta
riquísimo! -dijo la pequeña Helen
–cocinas muy bien, Alexia.
Alexia
se sonrojó.
-Eres
un encanto, Helen.
Poco
después, recogió los platos y se sentó junto a sus hermanos, aún le quedaban un
par de horas hasta volver a abrir la floristería, de forma que tenía tiempo
para seguir enseñando a James y a Helen.
Cogió
un pequeño libro de la repisa, Cuentos y
fábulas infantiles, un trozo de papel y un carboncillo.
Alexia
había aprendido a leer y a escribir gracias a su madre, que había sido
institutriz antes de casarse con su padre, así que de pequeña, cuando su vida
era humilde pero feliz, aprovechaba sus ratos libres para enseñar a Alexia.
Poco después, había nacido James, y su madre tuvo que dedicarle más tiempo.
Alexia aún recordaba lo celosa que se sentía cuando su madre estaba con su
hermano pequeño, por desgracia, el nacimiento de James provocó que hubiera una
boca más que alimentar, y la situación comenzó a empeorar poco a poco.
El
padre de Alexia perdió su trabajo como constructor, de manera que apenas podían
mantenerse, y desgraciadamente, el nacimiento de Helen fue la gota que colmó y
desbordó el vaso.
Sin
embargo, la madre de Alexia fue contratada por un rico aristócrata con el fin
de que educase a su hijo pequeño. Pero el aristócrata no tardó en hacerla su
amante, y dado que su mujer había fallecido en circunstancias misteriosas poco
antes, su madre y el rico señor se marcharon a París, dejando a Alexia, al
pequeño James y a la pequeña Helen, que todavía mamaba.
Su
padre entró en depresión, y empezó a emborracharse y a considerar a sus hijos
una molestia, de manera que Alexia tuvo que sacar adelante a la familia, por
aquel entonces tenía catorce años, y no sabía que hacer. No tuvo más remedio
que buscar trabajo, aún recordaba las cosas horribles que había tenido que
hacer para seguir adelante.
No
obstante, con el dinero que ganó, pudo conseguir un establecimiento
prácticamente abandonado, y construir invernaderos, donde pudo criar las plantas
y así, finalmente, al cumplir los dieciséis, pudo abrir una floristería.
Ahora
tenía diecinueve, era prácticamente una mujer adulta y, según los hombres, muy
bella, pero a Alexia eso le daba igual, hubiera preferido mil veces ser fea y
poder vivir feliz toda su vida.
Pero
no importaba lo que ella deseara, no podía evitar ser pobre, le hubiera gustado
poder tener un futuro mejor para ella y para sus hermanos.
Una
hora después, recogieron todo y sus hermanos fueron a jugar a su habitación.
Alexia se tumbó en su pequeño camastro y cogió uno de sus tesoros más
preciados.
El
libro era de tamaño medio y estaba encuadernado en cuero. Oliver Twist, escrito por Charles Dickens, era la obra favorita de
Alexia, adoraba leerla una y otra vez, a pesar de que hubiera sido capaz de
recitarla de memoria., ya que Oliver, el protagonista, era un niño muy inocente e incluso un poco melancólico, por
el que Alexia no podía evitar sentir empatía.
No pudo evitar pensar otra vez en aquel
caballero, Anthony, quien lo tenía todo, juventud y riqueza, y además era
atractivo, pero no parecía que fuese arrogante ni que se jactara de lo que
tenía, cosa que si habían hecho algunos aristócratas que había conocido de
pasada.
Era triste ser una mujer pobre y guapa,
porque siempre los hombres intentaban abusar de ella, y desgraciadamente tenía
que soportar lo que ellos le dijeran, tal vez, si fuera rica y de noble cuna,
las cosas hubiesen sido diferentes.
En ese instante, oyó como la puerta se abría,
Alexia se levantó y asomó la cabeza por la puerta, su padre había vuelto.
Jonathan Winter nunca había sido un hombre
alto, pero en su juventud era muy fuerte y robusto, pero ahora se había
encorvado y se había convertido en un viejo gordo y desagradable, se le había
caído más de la mitad del pelo y el que le quedaba era quebradizo como la paja.
Alexia no podía evitar una sensación de arrepentimiento al pensar así de su
padre pero debía rendirse a la evidencia.
-Padre –saludó.
Su padre alzó la cabeza, tenía los ojos
enrojecidos y el rostro colorado, tenia aspecto de haber bebido, y mucho.
-Alexia –tenía la voz pastosa. –tengo sed,
tráeme algo de beber.
Mientras pronunciaba estas palabras, tenía
que agarrarse a la puerta para evitar caerse.
-Ya
has bebido bastante, a mi parecer –dijo Alexia.
Estaba
rozando una línea peligrosa, su padre no solo había envejecido de forma muy
deteriorada, sino que se había convertido en una persona muy violenta cada vez
que se emborrachaba, hasta el punto de que una vez había intentado golpear a
sus hermanos y a ella misma. Pero a pesar de todo seguía siendo su padre, y no
podía evitar perdonándolo. Incluso a veces, en la soledad de su interior,
lamentaba amargamente que su madre hubiera sido capaz de abandonarles.
-Padre,
he preparado algo de comer, siéntate y descansa, por favor….-Empezó a suplicar.
-Cállate,
y haz lo que te he dicho, no me contradigas. ¿Dónde están esos mocosos?
-En
su habitación, jugando.
La
ira y el desprecio asomaron a los ojos de su padre.
-Esos
niñatos, solo sirven para jugar y divertirse, en lugar de hacer algo de
utilidad.
-¡Son
niños! – protestó Alexia –.Son muy jóvenes.
-No
me contradigas, no te he dado permiso para hablar.
-Pero….
Se
dio cuenta de que su padre estaba perdiendo la paciencia, pero no podía tener
miedo.
-¡TRÁEME
ALGO DE BEBER! –rugió su padre.
En
ese momento, la puerta de la habitación de los niños se abrió, y James y Helen
salieron, con el miedo reflejado en sus rostros.
-Jim,
Helen, entrad en vuestro cuarto –Alexia tenía miedo de lo que pudiera hacerles.
-No
–repuso su padre con voz pastosa –. Venid aquí.
-Chicos,
entrad, por favor.
Ninguno
de los dos necesitó otro aviso, al ver la mirada de su hermana, entraron y cerraron
la puerta.
Alexia
sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, habían desobedecido a su padre y eso
sin duda habría despertado su cólera. Cerró los ojos fuertemente.
Oyó
los pasos de su padre, avanzando hacia ella, Alexia se preparó valientemente
para lo peor…
El
bofetón de revés le acertó en la mejilla y la hizo caer al suelo, pero Alexia
no gritó de dolor, ni siquiera dejó escapar un simple gemido, pero las lágrimas
de rabia y dolor empezaron a caer cálidas por su cara.
El
hombre que era su padre pasó de largo y se dirigió a la cocina sin mediar
palabra, Alexia no pudo más que quedarse en el suelo, llorando
desconsoladamente.
Maldijo
a su padre y a todo lo que tenía que ver con él, pero no pudo evitar sentirse
aliviada por el hecho de que no hubiese golpeado a sus hermanos.
Habían
pasado años desde que su madre los abandonara, años desde que su vida diera un
giro de revés. Desde lo más profundo de su corazón, Alexia maldijo con toda su
alma a su madre también.
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